Desde el final de la II gran Guerra el Estado ha tomado un papel cada vez mayor. Desde los 70 el Estado empezó a ser el auténtico motor económico y pronto supuso más del 50 % de los PIBs de los países industriales. La construcción de los países fue tomando fuerza con el apoyo estatal: aeropuertos, puertos, autopistas, metros, puentes, trenes. Fue trepidante hasta los años 90. Paralelamente, empezó la sociedad del bienestar que implica el papel del Estado como motor social. El Estado te ofrece vivienda, una renta mínima, sanidad, educación, autovías, playas, autobuses, pensiones, bibliotecas, polideportivos, hasta viajes de placer. El Estado desde los años 90 y de forma acusada después de los 90 ha llenado de servicios a los ciudadanos. Servicios que eran en apariencia gratis o a muy buen precio.
Hemos descubierto de manera desabrida y desagradable que lo que nos da el Estado no es gratis. !Lo pagamos con nuestros impuestos! También hemos descubirto, !olala! -cómo dicen los franceses-, que el Estado es muy ineficiente y caro a la hora de prestar muchos servicios. Seguimos descubriendo que el Estado se endeuda hasta la saciedad para prestar estos servicios. Lamentablemente, hemos descubierto que estas deudas las hemos de pagar nosotros con nuestro impuestos.
Señoras y señores, esto ha sido una tomadora de pelo. Nos han tomado el pelo ciertos políticos conocedores de que el sistema no se aguanta, los medios de comunicación que nos se han enterado o no se han querido enterar, los gurus económicos que sólo sirven para explicar lo que ha pasado y el mundo financiero que viéndolas venir hundió la cabeza en el suelo, cuál avestruz africana. Eso sí, cobrando el «bonus» de los fondos «tóxicos».
El error esta en considerar que el Estado ha de hacerlo todo: desde amamantarnos hasta enterrarnos en sus tanatorios. Esto es absurdo. No hay que volver al siglo XVI pero tampoco hemos de volver a caer en el siglo XX.
Antoni Bosch Carrera. Notario de Barcelona y profesor universitario.