La reforma de la democracia es bastante más difícil de lo que inicialmente pueda parecer. El hecho es que el movimiento del 15-M no es una novedad en su demanda de reformas integrales. Tampoco es novedad la raíz: el descontento en la forma de gobernar y por cómo gobiernan los políticos.
Vamos por partes. Como siempre los primeros fueron los américanos. El «Tea Party» es un movimiento populista de derecha y de clase media que entró en combate con la reforma Obama del sistema sanitario. Después los alemanes «Wutbürger» (ciudadanos airados) con aire de centro derecha. Están en contra de un cierto estilo de política de partido, y acusan tanto a los democristianos como a los socialdemócratas de haber perdido el contacto con la base y de no haber sabido crear un foro de debate ciudadano. Por último, han sido los finlandeses del «Sannfinländarna» (finlandeses auténticos) que han pasado a la acción. Si bien en España Zapatero los pone en el saco de la extrema derecha no todo lo que dicen merece este calificativo. Tintes xenófobos aparte, les indigna la obligación de contribuir con 1.400 millones de euros al Fondo de salvamento de los países de la UE con deuda desbocada. Piden la reducción de la brecha entre ricos y pobres, y la lucha contra la corrupción en la financiación de los partidos.
Algo se esta moviendo. Son los movimientos transversales. Movimientos muy heterogéneos. Surgen en el que denominado mundo occidental. En cada país tiene sus motivos de denuncia.
En España los «ciudadanos indignados» se mueven dentro de la izquierda y se unen en la denuncia pero en las propuestas distan de ser unánimes.
Visto lo visto nada ha de caer en saco roto. En un futuro cercano van a abrirse algunos melones y los partidos políticos españoles han de estar ahí. Al menos es lo que yo pienso.
Antoni Bosch Carrera. Notario de Barcelona y profesor universitario.