Woodstock: no sólo fue música

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El sábado se cumplen 40 años del festival de Woodstock. Este es mi homenaje, y mi visión crítica. Los finales de los sesenta fueron impactantes.  Como dijo Jon Pareless del New York Times «más que un punto final, fue un inicio»,

La inquietud de los sesenta tuvo muchas manifestaciones en un mundo ya internacional. La revolución cultural de Mao y su nueva visión cósmica, el maoísmo. El impulso occidental  tuvo dos señas de identidad propias. El mayo del 68 francés. Siempre los franceses -como diría Simon de Beauvoir; y  la revolución hippie  de California. A ambas orillas del Atlántico vimos como el cuerpo y la mente cambiaban al ritmo del marxismos, del culto al sexo,  las drogas, y el rock an roll.

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Woodstock en el  69 fue el icono musical y orgiástico de toda una generación. Allí se dieron cita casi 400.000 personas: jóvenes, músicos, artistas, políticos, intelectuales, hippies, y un largo etcétera. Llovió y WOODSTOCK se convirtió  en un barrizal de música, sexo, drogas, y juerga. Pero el auténtico icono fue esa imagen idílica  que Woodstock dejó: amor, paz, y libertad.

En U.S.A dos temas estuvieron en la agenda no escrita de  Woodstock: la guerra  del Viernam, y la cuestión racial. El lema de haz el amor y no la guerra, es un lema que hoy es comúnmente asumido por nuestra sociedad, al menos en un sentido no físico, sino como hacer el bien, y no pelear. La  lucha contra el racismo tiene ahora en Estados Unidos una nueva realidad en Barck Obama, el primer presidente negro. Los jóvenes de Woodstock no lo podrían ni imaginar. Lo que parece evidente es que vivieron un gran ambiente, buen rollo, diríamos hoy. Don Hogan ha escrito que fue un desayuno en la cama para 400.000 personas. Ahí nació también la solidaridad que tanto se ha desarrollado.

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Woodstock también nos deja  heridas. El LSD, y la permisividad con la droga, también el hachis o la marihuana, que ha matado a nuestros jóvenes, y ha propagado el SIDA en todo el mundo. Eso también fue Woodstock. Una visión basada en el hombre  totalmente alejado de la trascendencia, ha convertido al ser humano en un lobo estepario según el  conocido título de Hermann Hesse, autor de moda a finales de los 60.

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Cómo siempre luces y sombras  nos ha traído Woodstock, un festival que marcó aquel mundo, y su generación.

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