Mary Eberstadt, aguda crítica cultural, ha diagnosticado una profunda crisis en Occidente: el declive del cristianismo no es un fenómeno aislado, sino que está intrínsecamente ligado a la erosión de la institución familiar. Esta correlación, reforzada por la reciente insistencia del Papa León XIV en la defensa de la familia, nos obliga a plantear una pregunta fundamental que hoy más que nunca genera controversia: ¿Qué es la familia? La respuesta a esta cuestión desnuda una batalla cultural y antropológica que se libra en el corazón de nuestra sociedad, influida por visiones radicalmente distintas sobre la naturaleza humana.
1. La familia: un imperativo natural y tradicional
Para las grandes culturas que han moldeado la civilización –la grecolatina, la judeocristiana y el islam, así como las tradiciones orientales como la china (confucianismo), la hindú o el sintoísmo–, la familia no es una mera construcción social contingente, sino una realidad arraigada en la naturaleza humana, un pilar insustituible de la sociedad.
Desde Aristóteles, que concibió al ser humano como un «animal social», la familia ha sido la primera y más fundamental comunidad. Es en su seno donde se forjan los lazos primarios, se transmiten los valores y se asegura la supervivencia y el desarrollo del individuo. La historia del pueblo judío, como se narra en la Biblia, demuestra cómo la continuidad y la identidad giran en torno a la familia, extendiéndose a la tribu, donde la sangre y el parentesco son los hilos que tejen la cohesión. La Iglesia Católica define la familia como una «comunidad fundamental, célula vital de la sociedad, y un espacio de amor, vida y educación, donde se aprende a vivir y a relacionarse con los demás». En el judaísmo, es «la base de la sociedad y un espacio sagrado para la transmisión de valores y tradiciones», así como «un vehículo para la santificación de la vida y la conexión con Dios». Filosofías orientales como el confucianismo o el hinduismo enfatizan la armonía familiar, la piedad filial y la familia como microcosmos del estado y vía para el desarrollo espiritual. El sintoísmo la considera un vínculo sagrado entre generaciones, fundamental para la transmisión de tradiciones y la conexión con los kami. En todas estas tradiciones, la familia es algo natural, con roles y deberes inherentes a su existencia.
2. El declive del matrimonio y el ascenso de las parejas de hecho en España
Mientras que estas culturas ven la familia como algo natural, el modelo contemporáneo occidental muestra una tendencia hacia su contracción. Aunque la familia nuclear sigue siendo central, y la familia extensa de primos y parientes lejanos aún existe, las estadísticas en España son elocuentes sobre los cambios en las formas de convivencia:
- Declive del matrimonio: En 2023, se registraron 430 matrimonios, un 3.7% menos que en 2022. Esta disminución sostenida refleja un cambio en las preferencias de unión.
- Aumento de las uniones de hecho: En contraste, el fenómeno de las parejas de hecho va en aumento. En 2023, los notarios españoles autorizaron 307 acuerdos de uniones de hecho, lo que representa un significativo aumento del 27.7% respecto a 2022. En Cataluña, la tendencia es aún más marcada: en 2022 hubo 27.100 matrimonios , mientras que en 2023 se registraron 30.040 parejas de hecho inscritas, mostrando una preferencia creciente por este modelo. Desde 2017, las inscripciones de parejas estables han crecido de 7.179 a 30.040 en 2023. Paralelamente, las solicitudes de tarjetas de residencia para parejas de hecho han crecido de poco más de 1.000 en 2016 a más de 13.000 en 2023, lo que sugiere un incremento en el uso del régimen de parejas de hecho para obtener derechos de residencia.
Sin embargo, como ya argumenté en un artículo previo, «no es lo mismo pareja que matrimonio». La coexistencia de ambos modelos de convivencia, «more uxorio», plantea serias cuestiones sobre derechos y obligaciones. Aunque en Cataluña el Código Civil equipara la «convivencia estable en pareja» al matrimonio en muchas cuestiones –como la guarda de hijos, el uso de la vivienda familiar o los derechos sucesorios «ab intestato» –, esta equivalencia se produce incluso por la mera convivencia superior a dos años, sin consentimiento explícito de las partes. Esto, sumado a la falta de un reconocimiento uniforme a nivel estatal y a la exigencia del Reglamento Europeo de Uniones Registradas de 2016 para el reconocimiento transfronterizo, genera una inseguridad jurídica considerable y, lamentablemente, abre la puerta al fraude de ley. La ausencia de un proceso de verificación previa en la formalización de parejas de hecho impide garantizar la veracidad de la intención de convivencia, la inexistencia de otras parejas y el estado civil real de los convivientes, facilitando el abuso, especialmente en solicitudes de residencia.
3. El Estado como suplantador de la función familiar
En paralelo al declive de las estructuras familiares tradicionales, la tribu ha sido progresivamente sustituida por el Estado, que ha alcanzado un protagonismo tal que busca acaparar todo fenómeno social, incluyendo la familia, a la que a menudo pretende sustituir. Esta expansión de la esfera estatal, si bien puede surgir de intenciones de protección social, corre el riesgo de despojar a la familia de sus funciones intrínsecas y de su rol como primera red de solidaridad.
Las nuevas leyes que pretenden sustituir la familia por el Estado o la atención social son un claro ejemplo. Se establecen mecanismos de «protección» que, en la práctica, pueden mermar la autoridad parental y la autonomía familiar. Como señala Leonard Sax en «The Collapse of Parenting. How We Hurt Our Kids When We Treat Them Like Grown-Ups», existe un «colapso de la autoridad» de los padres, quienes, al tratar a sus hijos como adultos, los exponen sin la guía necesaria a la dictadura de las redes y la presión social. Cuando la familia no es el referente claro, el Estado interviene en áreas como la educación, la salud e incluso la toma de decisiones vitales, diluyendo la responsabilidad individual y familiar.
4. Ideologías antifamiliares: deshumanización y desarraigo
El contraste más acentuado sobre la naturaleza de la familia reside en la filosofía marxista y en ciertas ideologías contemporáneas, como la de género, que están influyendo profundamente en la concepción occidental. Mientras que la cultura grecolatina y las tradiciones judeocristianas e islámicas conciben la familia como una realidad natural, la filosofía marxista la ve como una superestructura.
Friedrich Engels, en «El origen de la familia, la propiedad privada y el estado», analizó la familia como una institución histórica y cambiante, no estática ni natural, que evoluciona con los modos de producción. Para él, la familia monogámica burguesa, ligada a la propiedad privada y a la opresión de la mujer, desaparecería con el comunismo. Sin embargo, como bien se explica en «Una defensa marxista de la familia» de Manuel Díaz Uribe, la «abolición» en el contexto marxista se refiere al concepto hegeliano de «Aufhebung», que significa «superación»: anular lo negativo, preservar lo positivo y trascender hacia una nueva forma. Así, la visión marxista más profunda no buscaría la destrucción de la familia per se, sino la superación de la familia burguesa, eliminando las relaciones mercantiles y la dependencia de la mujer, con el Estado socialista asumiendo los cuidados. Aleksandra Kolontái, en «El comunismo y la familia», abogaba por una «familia proletaria» basada en la unión de afectos, camaradería e igualdad, sin «servidumbre» doméstica.
No obstante, la interpretación y evolución de estas ideas han llevado a una ofensiva contra la familia que hoy es patente. El capitalismo, según algunos análisis, ha encontrado en la atomización del individuo sin lazos sociales una forma de mercantilizar las relaciones humanas, viendo a la familia como un obstáculo a la destrucción de la «cultura de la solidaridad».
En esta línea, las ideologías contemporáneas que promueven una visión radicalmente constructivista de la familia socavan su esencia. El aborto, por ejemplo, más allá de un debate de derechos, representa un torpedo en la línea de flotación de la familia. Al introducir la muerte como solución a una nueva vida, se opone directamente al principio cohesionador y fundacional de la familia: la vida y la perpetuación de la especie. La familia es, por naturaleza, un espacio de generación y cuidado de la vida.
De igual modo, el cuidado de los ancianos, una labor de amor y responsabilidad que tradicionalmente ha recaído en la familia, se ve amenazada. En su ausencia, el Estado puede proponer la eutanasia como una forma de combatir el sufrimiento asociado a la muerte, lo que, en última instancia, deshumaniza el final de la vida, alejándolo del acompañamiento y la dignidad que la familia siempre ha ofrecido. Shulamith Firestone, figura de la tercera ola feminista, en «La dialéctica del sexo», llegó a hipotetizar la abolición de la paternidad y maternidad naturales, sustituyéndolas por comunas artificiales y una sexualidad polimórfica sin tabú del incesto. Estos ejemplos ilustran cómo la ausencia de la familia como institución de cohesión fundamental abre la puerta a soluciones que, lejos de liberar, pueden fragmentar aún más al individuo.
La importancia de la familia
La familia es la célula antropológica básica que configura al individuo. Mientras haya familia, hay comunidad; y mientras haya comunidad, hay solidaridad. La defensa de la familia no es un capricho ideológico, sino un imperativo para la cohesión social y la pervivencia de una sociedad que respete la dignidad de la persona desde su origen hasta su fin natural. Sin una institución fuerte que cohesione al ser humano, como la familia, el individualismo se adueña de nuestra sociedad, dejando al individuo solo y vulnerable. Como señala C. Terry Warner en «Ataduras que liberan», son precisamente los vínculos y relaciones auténticas, a menudo forjados en el seno familiar, los que nos permiten «descubrir el verdadero yo» y transformar nuestras relaciones, ofreciendo una guía contra la fragmentación que el individualismo extremo promueve.

Antonio Bosch Carrera. Notario de Barcelona y profesor universitario. Especialista en herencias, conciliación notarial, servicios notariales del área inmobiliaria y área internacional.
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