Sin partidos políticos no puede hablarse de democracia. Son la correa de transmisión de la sociedad democrática. Donde hay una democracia sin adjetivos hay partidos políticos. Lo otro son sucedáneos: la URSS con la extinta democracia popular; la España de Franco con su democracia orgánica; la democracia cubana… ¿Hace falta que siga? Obviamente no.
Pero, ¿cómo podemos regenerar los grandes y viejos partidos españoles? En más sencillo de lo que se piensa aunque la respuesta tiene matices y -como todo lo humano- es ardua y difícil. Lo primero, es creerse los Estatutos y la Constitución Española. La CE dice en su artículo 6, dedicado a los partidos políticos, que “(s)u estructura y funcionamiento interno deberán ser democráticos”. Es una verdad de Perogrullo: el motor de la democracia- los partidos- han de ser internamente democráticos. ¿Hay alguien que no este de acuerdo? Nadie. Es más, los Estatutos de todos los partidos así lo proclaman. La estructura interna democrática implica que los militantes elijan a sus líderes mediante elecciones internas, libres, plurales y democráticas. Añadamos transparentes y con ánimo interno de pluralidad. Por supuesto las elecciones primarias o las otras elecciones -no menos importantes- participan del adjetivo democrático.
El efecto de no seguir la democracia interna es que se falsea la democracia externa y los líderes los nombran un grupito, una élite, que se sienta en el aparato del partido y no deja que fluya el ascensor interno básico de toda organización democrática.
No es democrático que a los diversos líderes que compiten en las elecciones los nombre alguien o unos pocos en el partido. No es admisible hoy el digitalismo. Cuando un comité electoral elige una lista que no es fruto de la democracia interna sino del dedazo de un jefe o del contubernio de un grupito aúreo es imposible que la base de la democracia no se resienta. Es imposible que funcione la democracia.
Segundo requisito para la regeneración: creérselo. Se necesita que los partidos crean que con una buena democracia interna no sólo les ira mejor, sino que conectaran con los ciudadanos. Generarán ilusión y entonces serán los motores del cambio y del progreso.
No hay duda que el cambio que España necesita, exige, jubilar a muchos políticos -algunos muy jóvenes- sentados en sus poltronas y decirles que peleen democráticamente por ella.
Luego viene, la transparencia, indispensable. Los controles en el gasto de los partidos, evidente; la selección de los mejores, la clave; una financiación transparente y bajo un control independiente, !ojála!. Basta leer la ley de partidos políticos española y compararla con la ley alemana. Basta ver los “amaños” en los Congresos. Basta ver cómo se eligen candidatos en las múltiples elecciones… Estamos ante un turno entre los dos grandes partidos españoles que no funciona. Y los españoles han dicho basta. La gran crisis que sufrimos la pagamos los de a pie y estos mastodontes siguen pensando que el turno pacífico es la solución. La responsabilidad del populismo naciente no es de los españoles, sino de los políticos que no han sabido ofrecernos la democracia que sus laringes pronuncian profusamente.
Los españoles nos hemos hartado de las falsas promesas, de los incumplimientos, de las verdades a medias, de la corrupción sin cuartes. Queremos más autenticidad, queremos que no nos tomen por idiotas. Ya sabemos que gobernar un país es difícil pero si ponemos a nuestros amigos al frente el fracaso es seguro.
N.B.- Si alguien se siente aludido es por que ha de rectificar y empezar a regenerarse.
Antoni Bosch Carrera. Notario de Barcelona y profesor universitario.