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La inviolabilidad de las fronteras: el principio olvidado que desata conflictos

La inviolabilidad de las fronteras. Mapa de Europa.

«Las fronteras son las cicatrices de la historia. A menudo son injustas, pero su inviolabilidad es una condición necesaria para la paz.» (François Mitterrand, ex Presidente de Francia).

Se cumplen cincuenta años desde que el 1 de agosto de 1975, en plena Guerra Fría, se firmó el Acta Final de Helsinki. Un documento trascendental que, con el consenso de 35 países de ambos lados del Telón de Acero, incluyendo a Estados Unidos y la Unión Soviética, estableció un decálogo de principios para la seguridad y la cooperación en Europa. Entre ellos, uno de los más importantes fue el de la inviolabilidad de las fronteras. Un principio que, a la luz de los acontecimientos del siglo XXI, parece hoy más relevante que nunca.

El Acta, aunque no era un tratado vinculante, supuso un hito diplomático. La URSS lo vio como un reconocimiento de facto del mapa de posguerra, que incluía la anexión de los países bálticos. Por su parte, los países occidentales consiguieron que se incluyera el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales, dando un espaldarazo a los movimientos disidentes. Pero el corazón del acuerdo fue la idea de que la paz en el continente pasaba por el respeto mutuo de las fronteras.

Este principio, la inviolabilidad de las fronteras, no es una mera formalidad diplomática. Es un pilar del derecho internacional, lo que los antiguos juristas de la Escuela de Salamanca denominaron el “derecho de gentes”. Esta escuela, con Francisco de Vitoria y Francisco Suárez a la cabeza, ya en el siglo XVI, asentó las bases del derecho internacional moderno, defendiendo que las naciones deben regirse por un conjunto de normas comunes que protejan la paz y la justicia. La violación de una frontera, ya sea física o territorial, es el primer paso hacia el caos. Y como hemos visto una y otra vez a lo largo de la historia, es el germen de la guerra.

«El derecho de gentes no solo tiene la fuerza del pacto y de la convención entre los hombres, sino también la del precepto, pues todo el orbe, que en cierta manera forma una sola república, tiene el poder de dar leyes justas y adecuadas a todos sus miembros.» (Francisco de Vitoria, Relectio de iure belli).

Un conflicto, en esencia, es la violación de una frontera. Esto es cierto a nivel personal, en nuestro cuerpo y nuestra propiedad, y es igualmente cierto a nivel territorial, en la soberanía de una nación. Cuando un individuo o un Estado ignora los límites del otro, se rompe la convivencia pacífica.

El siglo XX y la historia reciente están repletos de ejemplos dramáticos. La invasión de los Sudetes, Austria y Polonia por parte de la Alemania nazi de Hitler demostró que el desprecio por la inviolabilidad de las fronteras conduce a la conflagración mundial. Durante la Guerra Fría, la Unión Soviética hizo lo propio en Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968), violando la soberanía de sus vecinos en nombre de su propia seguridad. Y los Estados Unidos, por su parte, intervino militarmente en Vietnam y otros países de América Latina, a veces violando de manera indirecta el principio de no injerencia, como dejó entrever Henry Kissinger, uno de los artífices de Helsinki, al recordar la fragilidad del orden internacional. En suma, el orden mundial se basa en el derecho internacional y singularmente,  en el respeto a los límites..

Y en el siglo XXI, el patrón se repite. La invasión de Georgia por Rusia en 2008, la anexión ilegal de Crimea en 2014, y la actual agresión a gran escala contra Ucrania en 2022, son ejemplos palmarios de cómo el no respeto por las fronteras reaviva las tensiones y las guerras. Robert Kagan, un reputado historiador y politólogo, ha advertido repetidamente que el viejo fantasma de la agresión territorial no ha desaparecido, y que la única forma de contenerlo es con una defensa firme del orden liberal y de sus principios fundacionales.

A pesar de que las fronteras han sido, en muchos casos, construcciones artificiales de imperios y guerras, en un mundo civilizado deben ser respetadas. Su estabilidad es la clave para la estabilidad global. Sin embargo, nuestro mundo de hoy es, para la mayoría de los ciudadanos, un mundo sin fronteras en muchos aspectos. El libre comercio, como explicó el filósofo Antonio Escohotado en su influyente libro sobre el tema, ha demostrado ser el motor de la prosperidad y la mejor herramienta para conectar a las personas y derribar las barreras, no solo físicas sino también mentales. La globalización, en su mejor versión, es el triunfo de la cooperación y del intercambio sobre el aislamiento. Hoy, solo ciertos países como Corea del Norte permanecen aislados por haber optado por el cierre de sus fronteras, en un intento de mantener un control total sobre su población.

En un momento en que el Acta de Helsinki cumple su medio siglo, es crucial recordar que la paz no es un estado natural, sino el resultado de un esfuerzo constante por mantener unos principios y respetar unos límites. La inviolabilidad de las fronteras es el límite territorial que protege la paz, y su defensa, hoy más que nunca, es una obligación moral para todos los que deseamos vivir en un mundo de cooperación y no de conflicto.

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