Hace poco, visionando un documental del periodista James Corbett sobre cómo la disidencia es tratada a menudo como locura, me vino a la cabeza una reflexión sobre el momento político que vivimos en Occidente. Corbett habla de la «patocracia» y de cómo el sistema tiende a etiquetar de «locos» a quienes desafían el consenso. Pero, paradójicamente, si miramos el panorama actual, parece que esa supuesta «locura» o histrionismo se ha convertido en el requisito indispensable para alcanzar el poder.
Vivimos bajo la dictadura de la atención. En un mundo saturado de ruido, el político moderado, el hombre de Estado que duda, matiza y busca el consenso, se ha vuelto invisible. Es como si no existiera. Para traspasar la pantalla del móvil y llegar a la retina del elector, hoy es necesario gritar, gesticular, sacar una motosierra o insultar al adversario. El histrión ha devorado al estadista.
El riesgo y la oportunidad
Sin embargo, este triunfo de las formas estridentes no prejuzga necesariamente el fondo de la gestión. El histrionismo es la llave para entrar en el palacio, pero lo que se hace una vez dentro varía enormemente.
Vemos casos interesantes en Europa. Giorgia Meloni en Italia llegó al poder rodeada de alarmismo, con un discurso encendido que muchos calificaban de extremo. Sin embargo, una vez sentada en el Palacio Chigi, ha demostrado un pragmatismo sorprendente. Se ha moderado en las formas, ha tranquilizado a los mercados y está haciendo reformas poco a poco, sin romper la baraja europea. Ha sabido transitar de la agitación a la gestión.
En el otro extremo, tenemos el caso de El Salvador. Nayib Bukele enarboló la bandera de la seguridad con una estética y una retórica agresiva, simbolizada en esa cárcel inmensa que ha dado la vuelta al mundo. Se le acusó de todo, pero ha entregado a su pueblo lo que pedía: seguridad física, manteniendo una política económica que, en otros aspectos, busca cierta normalidad.
El péndulo hispánico
Lamentablemente, también existe la cara oscura de este fenómeno. En España, el histrionismo y la polarización no se han usado para luego calmar las aguas, sino para mantenerlas revueltas. La figura de Pedro Sánchez y la reacción que provoca ilustran ese viejo defecto tan nuestro: el péndulo hispánico. Vamos de un extremo a otro sin detenernos en el centro.
La política se convierte en una trinchera donde el objetivo no es convencer al contrario, sino anularlo, dividiendo al país en dos bloques irreconciliables. Aquí, la sobreactuación no es una táctica electoral transitoria, sino una forma de gobierno permanente.
La sombra de Gustave Le Bon
Al final, todo nos lleva de vuelta a los clásicos. Hace más de un siglo, Gustave Le Bon escribió en Psicología de las masas que la multitud no razona, sino que siente. Que la masa no busca la verdad, sino la ilusión.
Los líderes actuales, desde Trump a Milei, pasando por nuestros propios gobernantes, son alumnos aventajados de Le Bon. Han entendido que la opinión pública occidental es un animal emocional. Saben que un titular escandaloso vale más que mil leyes bien redactadas y que la indignación moviliza más que la esperanza.
La pregunta que me hago, como notario y como ciudadano que valora la seguridad jurídica y el sosiego, es si podremos revertir esta tendencia. Si algún día volveremos a valorar al gestor aburrido pero eficaz, o si estamos condenados a ser gobernados por quienes mejor saben montar el espectáculo. Mientras tanto, seguiremos observando este teatro, intentando distinguir, entre tanto ruido, dónde está la verdadera política.

Antonio Bosch Carrera. Notario de Barcelona y profesor universitario. Especialista en herencias, conciliación notarial, servicios notariales del área inmobiliaria y área internacional.

